En el
frenopático que es El Tropical siempre hay sitio en su delirante catálogo de
personajes para una artista invitada como Angelines La Boletos. Angelines,
viuda de banquero tacaño, perdón por la redundancia, se bebió la herencia de un
matrimonio sin hijos y, agotadas las divisas, fue incapaz de asumir que tocaba
cambiar el cuero del bemeuve por el escay del seiscientos. Buscó sin éxito otra
billetera que le financiase los excesos. Y ahora, con un cuerpo tan seco como
el carácter, intenta hacer la calle sin fortuna y, resignada, se gana a pulso
el apodo cazando incautos que le compren boletos sin premiar y haciendo
resúmenes a voz en grito de lo que ha leído en los periódicos que encuentra
rebuscando en la basura.
Cuando pasa por El Tropical, Angelines La Boletos sigue el mismo
ritual: pide anís seco y una torta de Inés Rosales, se acerca al teléfono del
local y llama a alguien a quien le habla a gritos de una actualidad que solo
existe en su cabeza.
La parroquia de El Tropical, resoplona y resignada, espera en
silencio a que La Boletos termine su resumen de prensa y respiran aliviados
cuando abandona el local.
-Manolo, ¿se puede saber cuándo vas a quitar ese teléfono de una
puñetera vez? -pregunta El Titi, todavía con el zumbido de los gritos agarrado
al tímpano.
-El teléfono lleva años sin señal.
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