A Ursino le habían pesado tanto los hábitos que le encorvaron el alma. En casa le enseñaron a ser cristiano, en el seminario le enseñaron a enseñarlo y a defenderse de dioses enemigos. Y, lejos de todo aquello, aprendió que su Dios tenía tantas sotanas como religiones. Sólo entonces supo erguir el alma y continuar.
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