Cuando la emisora del coche patrulla informó con velocidad
de ráfaga de un “Código 3 con posible víctima por violencia de género”, supo
que el caso era para ella. El aviso era en su barrio y, aunque intenta siempre poner
distancia entre las emociones y el uniforme, le angustia pensar que la víctima pueda
ser alguien conocido. “Llama. No busques excusas. Nada justifica lo que te está
haciendo. 016. Es un teléfono seguro. Llama. Te vamos a ayudar”, enumera
mentalmente el argumentario que repite cada día en Comisaría. Sube las
escaleras pensando que si se hubiese producido esa llamada ahora no estaría
allí, armándose antes de entrar en esa vivienda a oscuras, en la que el haz de
luz de su linterna le va descubriendo los restos del naufragio, donde el
silencio es incapaz de ocultar los gritos recientes que todavía se aferran a
las paredes. Y en la cocina, se le desencaja el gesto cuando se encuentra con
ella misma, sobre el suelo, con la ropa que tenía antes de salir a Comisaría,
justo antes de que fuera demasiado tarde. “Llama. No busques excusas. Nada
justifica lo que te está haciendo. 016. Es un teléfono seguro. Llama”.
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