Llevaba años detrás de aquella pieza única hasta que, por fin, a fuerza de pintar ceros en el cheque logró colgarla en el salón de casa.
Para celebrar su ansiada adquisición organizó una lujosa cena en casa. Había dado orden a su personal de servicio de que girasen la mesa de tal manera que el cuadro quedase justo detrás de él, para que todos la contemplasen cada vez que tomase la palabra.
Prósperos empresarios, políticos influyentes, algún aristócratas, un par de banqueros y un artista… compartían velada, mesa y mantel con el mecenas, quien se había permitido invitar a un amigo de juventud, el único que le conocía cuando no tenía ni empresas, ni beneficios, ni portadas a cinco columnas en los periódicos salmón.
En los postres, el anfitrión tomó la palabra: “Como bien sabéis, os he invitado esta noche para celebrar que por fin lo he conseguido”, y blandiendo la ficha que certificaba la autenticidad del cuadro procedió a leer su contenido. “Obra realizada en celulosa vegetal aplicando la técnica del troquelado con prensa de punzón y matriz. Autor: desconocido. Simboliza la bipolaridad del ser humano, la separación del bien y del mal, del hambre y la opulencia de dos mundos que, a pesar de distancia, están estrechamente ligados entre sí, la frontera, los límites por superar del ser humano…”
Los invitados asentían atentamente a las explicaciones del orgulloso propietario de la obra. Sólo al final, su amigo de juventud se atrevió a preguntar: ¿Pero es que nadie le va a decir que es un folio doblado por la mitad?