Cada cumpleaños le regalan lo único que han descubierto que le hace sonreír, un viaje en tren. Un pequeño trayecto que no le canse demasiado. Superados los ochenta, el abuelo paece sorprendentemente atento a las explicaciones de su nieto que, con apenas diez, ocupa el recorrido en recordarle las mismas historias de trenes de vapor, asientos de madera e interminables conversaciones que le contaba el anciano antes de la enfermedad. En la última estación, el abuelo deja el acceso de lucidez y regresa a´sus ojos la misma mirada infantil que comparte a diario con su nieto.
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