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martes, 18 de agosto de 2015

EGOS

Nunca ha sido capaz de gestionar con naturalidad que todos la reconozcan como la estrella televisiva que es, y que se queden mirándola aunque no se atrevan a acercarse a ella. 
Todavía ahora, después de tanto tiempo, es incapaz de sacudirse los nervios al ponerse delante de la cámara.
Antes de sentarse en plató siempre sigue el mismo ritual: desconecta el teléfono para que no la desconcentren, no deja que nadie le elija el vestuario ni la maquille, "es muy complicado, hay que saber darse la cantidad exacta para quitar brillos, que no se note en pantalla y no parecer una fulana, y nadie mejor que una misma conoce su cara", se dice mientras aplica los polvos marrones a su arrugado rostro. 
Con toda la parafernalia lista, ordena y repasa los folios, pide a gritos silencio, y con la última voz se da cuenta de que el plató es el salón de casa, el piloto rojo es el de una vieja cámara doméstica, los folios están en blanco y ella es ahora ya tan desconocida como todas las caras anónimas con las que se cruza en la calle cada mañana.

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