Harto de que nadie
se mirase a los ojos durante la cena, el abuelo arrastró la Riviera hasta el
salón, prohibió lo móviles en la mesa y se dispuso a disfrutar con sus caras de
incredulidad ante aquel extraño mueble de sintonías clásicas y voces profundas
que arañan la válvula azul de la vieja radio del abuelo.