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jueves, 17 de julio de 2014

BIENVENIDO A LA CASTA



-Bienvenido. Le estábamos esperando. Ha sido usted muy puntual y eso nos gusta. Cuando le pides a alguien que llegue a una hora exacta y lo hace denota formalidad, educación y, lo que es más importante, obediencia. Y eso es lo que buscamos. -saludó el anfitrión, de espaldas al recién llegado, mirando a través de los ventanales de la última planta de aquella torre de oficinas desde la que se controlaba la inmensidad de un cielo recortado por rascacielos. 

El recién llegado entró sumiso y sonriente a la enorme sala de reuniones de la planta 37. En el centro de la sala, había una enorme mesa de cristal aún con las tazas de café a medio apurar. Contó hasta doce puestos y la presidencia, y entonces entendió que su interlocutor omitiese por sistema la primera del singular. 

-Hemos examinado minuciosamente su perfil y es usted exactamente la persona que necesitamos. En su trayectoria ha demostrado ser ambicioso, maleable y con una forma muy particular de entender el servicio público. También hay algunos pecadillos de juventud que sabremos perdonarle. Incluso nos vendrá bien para crear su imagen. La contradicción, el renegar del pasado y el conflicto nunca vienen mal para avivar el debate y forjar odios y adhesiones inquebrantables. 

En apenas un par de legislaturas se había convertido en una de las promesas de su partido. Compaginó su labor como alcalde con la de diputado regional y consejero en más de una docena de empresas públicas. De ahí, pasar a la política nacional y tener su cuota en los informativos con algún que otro sonoro titular, cuando sustituía a los primeros espadas, no fue complicado. La concesión a conveniencia de varias operaciones urbanísticas, aplicando una más que laxa interpretación de la legislación vigente, y siguiendo el dictado de un constructor que le aseguró que, "Nos vendrá bien a todos", le permitió cambiar de casa, de coche y de nivel de vida sin preocuparse demasiado en guardar las apariencias. Y ahora, cuando el partido busca nuevas caras y él pretende decididamente abandonar la segunda fila, recibe una llamada de alguien que le insta a reunirse con ellos, "Un influyente grupo que puede ayudarle a conseguir sus objetivos". 

-¿Mi imagen? -preguntó al fin el aludido, que aun no sabía muy bien qué beneficio podría sacar de aquel encuentro. 

-Su imagen como Presidente. Es usted quien hemos elegido para que gobierne este país. 

-Le informó el anfitrión todavía mirando a través de la pared de cristal que hacía las veces de fachada. 

-Yo le... les agradezco la confianza, pero me temo que eso no depende de ustedes, sean quienes sean, forma parte de la decisión de los ciudadanos. 

El hombre se giró y el candidato pudo verle por primera vez. Un tipo impecablemente vestido, con una elegancia propia de quien la hereda, y media sonrisa en la cara, al que le calculó algo más de setenta años. -Su ingenuidad también nos vendrá bien. Usted será el próximo Presidente. A partir de ahora empezará a entender que la gente, sus ciudadanos, no hacen lo que hacen, ni dicen lo que dicen por voluntad propia. Sin ser conscientes de ello, hacen, dicen y piensan lo que nosotros queremos. 

-Pero... ¿Quiénes son ustedes? 

-El poder. 

-Perdóneme, pero no entiendo. ¿Qué poder? ¿El de la política, el del dinero? -aquel extraño proceder le hizo desconfiar de su interlocutor. Todo era lo suficientemente raro como para sospechar que había micrófonos y cámaras ocultas con alguien al otro lado encantado de tirar al traste su carrera. 

-Un poder que está por encima de los bancos y de los gobiernos –continuó-. Tenemos a ambos a nuestro servicio. Nosotros decidimos y nuestras decisiones condicionan el devenir del mundo. Nos valemos de gente como usted para que satisfagan nuestras necesidades. Nosotros le colocamos en un puesto que le permitirá vivir como un privilegiado el resto de sus días y, a cambio, acata nuestras órdenes. No se apure, por impopular que le pueda parecer lo que podamos llegar a pedirle, piense siempre que mayor será su recompensa cuanto mayor sea la dificultad. Eso sí, no se lleve a engaño, seremos siempre nosotros los que marcaremos las reglas, los que pondremos el precio. 

-¿Algo así como el Club Bilderberg? 

El anciano respondió con una elocuente carcajada. -No se equivoque, el Club Bilderberg y toda esa suerte de reuniones seudoclandestinas no son más que el divertimento de unos cuantos ricos con ganas de jugar a ser más poderosos de lo que realmente son. Nosotros vivimos en un confortable anonimato que nos hace inexpugnables. Si no saben quiénes somos no pueden conocer nuestras debilidades. Nadie puede atacar aquello que, aunque intuya y le afecte, no tiene la certeza de que existe. 

-Vaya, por lo que parece debo sentirme todo un privilegiado. 

-Lo es. 

-¿Y puedo saber cómo piensan manipular las mentes de los ciudadanos para llegar a convertirme en Presidente? 

-Sabemos que por su experiencia ha tenido ocasión de comprobar lo volubles que son medios de comunicación y periodistas a la hora de aplicar los principios que, sobre el papel, rigen su profesión. La utopía de que los medios y sus asalariados trabajen en libertad es algo que no nos interesa. Los buenos periodistas, por tenaces que sean, conseguimos sacarlos de la profesión sin demasiados problemas. La precariedad en la que viven el resto les ha hecho aprender rápidamente que el adoctrinamiento es la mejor salida, de hecho, muchos no sabrían gestionar tanta libertad. Sin unas buenas directrices que desayunarse cada mañana no sabrían hacer su trabajo. Al fin y al cabo, los gobiernos por un lado y las empresas editoriales por otro no dejan de ser esa servil mordaza que algunos tan obedientemente están dispuestos a ponerse a cambio de migajas. No tema por su imagen como triunfador. Mientras nosotros hablamos, su nombre ya está sonando en las tertulias de radio y televisión más populares del país. 

-Y, cuando lleguen esas medidas impopulares, ¿cómo lograremos -se incluyó decididamente en el equipo - aplacar la ira de los ciudadanos? ¿Contaremos con suficientes medios para eliminarlas por la fuerza? 

-Las demostraciones de fuerza son el recurso de gobiernos incapaces a los que les dejamos hacer siempre que sus decisiones no afecten a nuestros objetivos. Es mucho más eficaz jugar con el miedo. El miedo es nuestra gran arma. La forma de amansar al pueblo. Sacar a los fantasmas al centro de la pista de baile y que hagan ellos el trabajo, sin necesidad de poner ejércitos de antidisturbios en la calle. Unos padres que tienen que dar de comer a sus hijos terminarán por aceptar cualquier contrato, por leonino que sea, si le haces creer que todo lo que venga puede ser peor. A cualquier persona con ánimo de manifestarse se le disuade mostrando algunas cabezas de turco. Cuanto más injusta sea la decisión más eficaz será el miedo. El miedo es una herramienta extraordinaria para lograr nuestros propósitos También es importante el temor que genera no saber hasta qué punto saben de ti y cómo pueden usarlo en tu contra. La información es tan poderosa como el dinero. Y hemos logrado que esos ciudadanos suyos nos entreguen mansamente sus vidas a través de las redes sociales, de sus compras por internet, de cada acción que hacen en su día a día. Datos con los que nos entregan todo un catálogo de puntos débiles y, al mismo tiempo, abren una puerta para que les hagamos llegar los mensajes de adoctrinamiento que consideremos oportunos en cada momento. Todo lo que pasa en la sociedad a lo largo y ancho del mundo tiene algo que ver con nosotros. Cuando escuche hablar en los informativos de un gran conflicto, mire en el otro lado del mapa, seguro que estamos haciendo algo que no nos interesa que se sepa. Es habitual que la gente corriente piense que los grandes negocios se hacen con la venta de armas, o de petróleo, pero es mucho más productivo tener parados varios barcos con toneladas de grano para subir a antojo bienes básicos como el pan. En la pobreza intelectual y económica de la masa está nuestro gran negocio. 

-Vaya, veo que lo tienen todo atado y bien atado. Pero no deja de sorprenderme que estén tan seguros de mi fidelidad solo por dinero. 

-Como le he dicho, tenemos todo lo que necesitamos para garantizarnos su entrega a nuestra causa. No pierda el tiempo en dignidades. Si se decide a traicionarnos, sacrificarle, arruinarle la existencia, será tan sencillo como encumbrarle. 

-Pero han pasado por alto un par de detalles. 

El anciano le miró con sorpresa: -¿Puedo saber cuáles? 

-El primero es que subestiman el poder de un pueblo enfurecido. Creerse con capacidad para revertir la voluntad de un hombre desesperado es osado, hacerlo con una sociedad desesperada es delirante. El segundo, que entrevistándose conmigo usted, ustedes, ya no son anónimos. 

-Se equivoca en ambos casos. Por una parte, es usted quien infravalora nuestra capacidad. Por otra, esta reunión nunca se ha producido, antes de que usted salga del ascensor de este edificio aquí no habrá nada, no quedará rastro de que hemos estado en este lugar. Y en lo que a mí respecta, jamás podrá tener la certeza de saber si soy quien le he dicho ser o un mero interlocutor que cumple órdenes. Recuerde, ser invisibles nos hace invulnerables -sonrió triunfal. 

-En realidad, ustedes nunca tendrán la certeza de si todo lo que hice estos años era exclusivamente para llegar a esta reunión. Quizá jamás me haya interesado hacer política. Puede que aún quedemos periodistas tenaces. Es cierto, la información es más poderosa que el dinero. Así que, sea usted quien sea, sonría a cámara, el pueblo que desprecia estará encantado de conocerle. 


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