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jueves, 7 de julio de 2016

JAMBO SAN FERMÍN

Cuando Mokabi apenas levantaba unos palmos del suelo, ya conocía el ritual gracias al padre Ángel, un misionero navarrico empeñado en sacar sonrisas donde no suele haber motivos para verlas.

El pequeño masái creció viendo cómo el Aba Ángel, cada vez que llegaba julio, agitaba una rama mientras daba saltitos solicitando protección a la estampita de una pequeña figura vestida de rojo y, a la hora convenida, imitaba el sonido de un cohete y echaba a correr.

Mokabi lo entendió todo cuando un equipo de televisión llegó a la comunidad para grabar un reportaje. Uno de los reporteros le enseñó al misionero un vídeo y el joven masái vio cómo los ojos de aquel navarrico bueno y noble se desbordaban en un silencio que apretaba distancia y emociones al ver la carrera.


A la mañana siguiente, Mokabi y el resto de los masái esperaron intranquilos a que el misionero amaneciese. Con el ganado de la comunidad encerrado en un rudimentario corral, siguieron el ritual: saltaron pidiendo protección al Santo y, a la hora convenida, se abrió el portón y echaron a correr mientras Aba Ángel cerraba los ojos y empezaba a recorrer las calles de su infancia al grito de “Jambo San Fermín”.


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